16 de septiembre de 2012


Te enroscaste en tu casita,
en tu casita chica y fría,
transparente,
de cristal.
Con baba la formaste
y te terminó encerrando.
Y apareció una liebre,
y también una tortuga,
te ganaron las dos.
Porque seguiste enroscado,
cada vez más adentro.
Cada vez más lejos,
y más observador.
Vi a otros temblar,
hiperventilar
y hasta tartamudear,
pero nunca los vi quedarse mudos.
Vos te quedaste así,
apenas te salió un ho… l … a,
como un susurro.
Yo nunca maté a nadie, ¿sabés?
¿Tan poco te importa ganar la carrera?
¿O pensaste que corrías solo?
No me hables,
no me mires,
que el miedo te controle
y te meta de nuevo en tu casita
redonda y húmeda,
solitaria y temblorosa,
porque no me gustan las babosas
tan lentas y perezosas,
pegajosas, indecisas.
Date una vuelta más, o dos,
mientras a mí se me va el amor.
Me ganan las ganas, y el olvido.
Y las liebres,
que no me enamoran
(pero me entretienen).