2 de octubre de 2007

Las musas

No podía, sabía que no podía. Tenía mucho tiempo de sobra, pero no podía. Después de esa llamada, esa llamada que le rompió la cabeza, ya poblada de confusión. Porque Andrea siempre le rompía la cabeza. Te odio. No entendía porqué dos palabras tan sencillas cargaban con tan mohoso significado. Las palabras no morían, nunca terminaban, seguían, resonaban y rebotaban en el cráneo ya putrefacto de Daniel. Pero la otra, la llamada de Valeria, también le rompió la cabeza, aunque hoy, sólo hoy, porque las llamadas de Vale nunca provocaban eso, pero hoy, qué día de mierda, hoy sí. El recital era a las doce, todavía tenía diez horas para practicar, pero igual, no podía. Es que si revolvía muy muy adentro, encontraba algo raro, algo que en su niñez su mamá llamaba “cuando te arrepentís de robarle las monedas a la abuela”. Eso que la gente llama moral, él lo tenía, mezclado con los riñones, por algún lado, adentro, no sabía dónde, pero sentía que lo tenía. Y era eso, lo que no le permitía tocar hoy en el recital, sincronizado hacía ya más de dos meses.
Andrea, Valeria, Claudia, o Martina, era lo mismo, todas iban a estar ahí, todas las que lo habían probado, y se habían vuelto adictas a él: la oficial (que ahora era “la ex”, hasta que pudiera convencerla de que no conocía a ninguna Valeria y que no tenía idea de porque tenía ese mensaje en el celular que se olvidó en su casa, después de pasar la noche juntos), y las otras, que tampoco sabían que eran en plural, porque como amantes, creían que la única estúpida era Andrea la oficial, pero ellas, también eran cornudas. Sí, todas iban a estar ahí, y las posibilidades de que se cruzaran y descubrieran la verdad eran muchas, pero muchas. Igual a Daniel las otras, no le importaban, porque cómo las había conseguido a ellas, podía conseguir a muchas más. Le importaba Andrea, esa si, y era la única que ya sabía que él era un idiota, con ella no tenía demasiadas oportunidades: o le creía el verso que iba a inventar, y volvían, o no le creía nada y todo seguía igual que hoy. Si pasaba lo segundo, su vida se iba a transformar en una pesadilla peor que la que ya era, porque en el fondo, Daniel se arrepentía cada vez que era infiel.
Ya eran las siete, sabía que no podía cancelar el recital, tampoco tenía mucho tiempo para practicar, y menos para pensar como evadir a sus mujeres esta vez. Confundido, amargado, sintiéndose miserable, se dispone a practicar cuando una cuerda de la guitarra, se corta.

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